viernes, 30 de julio de 2010

Fin de fiesta Beatriz Guido

“Fin de Fiesta” de Beatriz Guido está situada históricamente en el período argentino antes del advenimiento del peronismo, refleja una sociedad corrompida, denunciando con trazos satíricos y dramáticos un mundo de hechos violentos, materiales y simbólicos apenas ocultos bajo la apariencia de una vida social correcta. Además de las continuas inmoralidades de todo orden, ofrece una visión caricaturesca de la religión.

Fin de fiesta

La novela relata la historia de un grupo de primos huérfanos a cargo de su abuelo, un caudillo conservador de Avellaneda, quienes forman parte de un mundo de deseos perversos y juegos de poder. Las transposiciones de acontecimientos históricos como el naufragio del “Principessa Mafalda”, como de personajes reales, Ruggerito y Barceló, encarnados en la figura de Guastavino y Braceras.
La autora centra su obra en Braceras, un jefe político de la localidad de Avellaneda, haciendo una disección satírica y mordaz de la sociedad contemporánea. Una sociedad donde el Riachuelo, límite entre la capital y Avellaneda, adquiere un valor simbólico a lo largo de muchas de las páginas del libro. Los personajes adolescentes, con sus sentimientos e inquietudes a veces tan contradictorias, quedan de tal manera supeditados a él. Beatriz Guido, con un arte sutil, ha sabido apropiarse de historias familiares y nacionales (su padre era amigo de Enzo Bordabhere y de Lisandro de la Torre) y fundirlas en su narrativa. Es la historia de la rebeldía, del nieto de un caudillo político. El conflicto surge cuando en su conciencia se entabla la decisión de elegir entre permanecer en una vida cómoda en una casa donde no le falta nada o la batalla contra su corrupto abuelo cuyos métodos en la política rechaza profundamente.



¿Cómo infirieron en la novela “Fin de fiesta” de Beatriz Guido, los hechos de la década infame?

La necesidad de inscribir una experiencia histórica en una experiencia literaria caracterizada por la búsqueda de una verosimilitud basada en que (en este caso Beatriz Guido), ubica su obra en el paso de la figuración social. Por lo tanto la autora se convierte en una socióloga del imaginario nacional de una época.
Tras catorce años de gobierno radical, laxo y favorable a la espontánea expresión de las diversas fuerzas que coexistían en la sociedad argentina, había quedado al descubierto un hecho decisivo: el país criollo se desvanecía poco a poco, y sobre él se constituía una nueva Argentina, cuya fisonomía esbozaba la cambiante composición de la sociedad. Poco a poco se había constituido una vigorosa clase media de empleados, de pequeños propietarios y comerciantes, de profesionales que, concentrada en las sociedades, imponía cada vez más al país su propio carácter, ignorando a las nostálgicas minorías tradicionales.
Esa clase media era la que había ascendido al poder con el radicalismo, proponiendo una nueva orientación para la Argentina. Contra ella se dirigió la política conservadora del nuevo y viejo cuño que se apoderaron en septiembre de 1.930, en pleno desarrollo de la crisis mundial que había estallado el año anterior.
Era ciertamente, un régimen institucional muy endeble el que propiciaban. Mientras los nacionalistas se organizaban en cuerpos armados, como la Legión Cívica Argentina, los conservadores, los radicales antipersonalistas y los socialistas independientes constituyeron un frente político que se llamo primero Federación Nacional Democrática y luego Concordancia. Era evidente que esa coalición no lograría superar el radicalismo, pero sus sostenedores estaban resueltos a apelar al fraude electoral (que algunos llamaron “fraude patriótico”) para impedir que lo radicales llegaran al poder. Con ello se abrió una etapa de democracia fraudulenta promovida por quienes aspiraban a sujetar al país en la trama de sus propios intereses.

Beatriz Guido transpone en su obra “Fin de fiesta”, este “escenario” histórico, el fraude, la corrupción. La despiadada persecución de los opositores fue la respuesta a la indignación general, que provocaba la marcha del gobierno; hubo cárcel y tortura para políticos, obreros y estudiantes, y entretanto se comenzó a preparar un vigoroso dispositivo electoral que permitiera el triunfo formal de la candidatura gubernamental en las elecciones convocadas para el 8 de noviembre de 1931. El Gobierno reto la candidatura radical de Alvear y la oposición se aglutino alrededor de los nombres de Lisandro de la Torre y Nicolás Repetto, proclamadas por la alianza Demócrata Socialista. Mediante un fraude apenas disimulado, la Concordancia logró llevar al Gobierno al Gral. Justo.
La situación se hizo más crítica a partir de 1932, cuando Gran Bretaña acordó en la conferencia de Ottawa dar preferencia en las adquisiciones a sus propios dominios, lo que constituía una amenaza directa para las exportaciones argentinas. La respuesta fue una gestión diplomática que dio como resultado la firma del trato Roca-Runciman, por el que se establecía un régimen de exportaciones de carnes argentinas compensadas con importantes ventajas concedidas al capital inglés invertido en el país.
El problema de las carnes repercutió en el senado, donde Lisandro de la Torre, Alfredo Palacios y Mario Bravo, denunciaron los extravíos de la policía oficial. En debates memorables (como el que Palacios había suscitado antes sobre las torturas a presos políticos o el que Bravo desencadenara sobre la adquisición de armamentos), Lisandro de la Torre interpreto al Gobierno sobre la política seguido con los pequeños productores en relación con los intereses de los frigoríficos ingleses y norteamericanos. El asesinato del senador Bordabehere, por un guardaespaldas de uno de los ministros interpelados acentúo la violencia del debate, en el que quedo en manifiesto la determinación del gobierno de ajustar sus actos a los interese del capital extranjero. Este acontecimiento histórico, el asesinato en el senado, Beatriz Guido lo transpone en su obra a modo de un documental insertado en aquella; aun así en este pasaje de la obra cobran ficción algunos personajes.

“Uno de los ministros se volvió y le aplicó una bofetada que lo hizo trastabillar y caer de espalda detrás de las bancas.
Ví a mi abuelo levantarse del asiento y asomarse al balcón. Sonaron insistentemente las campanillas de la presidencia, pero fue inútil. Los senadores de toda la sala se pusieron de pie y, en medio de la confusión, vi avanzar a un hombre de unos cuarenta años por la derecha de la sala.
- Ese es Bordabehere…, un senador fresquito- dijo Guastavino a mi oído.
El senador avanzó hacia el ministro Duhan que había abofeteado a de la Torre. Pero en un solo instante, que no pude precisar sin que me diera mas que un segundo escuche dos tiros que venían del palco. Vi caer a Bordabehere…”muerto por error.”


La década infame finalizó con la Revolución del 43. Fue un golpe de estado militar producido el 4 de junio de 1943 que derrocó al gobierno fraudulento de Ramón Castillo y la serie de gobiernos militares que resultaron del mismo hasta la asunción del gobierno electo de Juan Perón el 4 de junio de 1946. En su transcurso emergió la figura del entonces coronel Juan Perón originándose el peronismo. Tres presidentes se sucedieron en el mando durante la Revolución del 43: los generales Arturo Rawson, Pedro Pablo Ramírez y Edelmiro Farrell.
Beatriz Guido en el final de su novela hace referencia al 17 de octubre. Día en que una movilización de los trabajadores de La Boca, Barracas, Parque Patricios, zona sur y de los barrios populares del oeste de Capital Federal, así como de las zonas industriales de sus alrededores, marcharon a favor de la liberación de Perón, quien se hallaba preso en la Isla Martín García. Guido en su ficción, personifica la muerte de Braceras como el fin de una etapa política y el nacimiento del peronismo. Lo hace cuando Braceras expira, Mariana se acerca a Adolfo y le dice con alivio: “Ahora esta muerto” pero Adolfo le contesta con resentimiento, “Más vivo que nunca”. Cuando la muchacha le pregunta que es lo que quiere decir, Adolfo responde: ¿No lo escuchaste hablar… por esa radio de Avellaneda?”.




¿Quienes eran realmente los personajes históricos que Beatriz Guido ficcionaliza como Braceritas y Guastavino?
Braceras encarna en la novela a Alberto Barceló (1873-1946) quien fuera diputado y senador nacional conservador, que gobernó Avellaneda a discreción, y durante casi medio siglo.
Descendiente de un catalán de Arenys de Mar que fue comerciante en Concepción del Uruguay, Entre Ríos, y socio de Justo José de Urquiza. El abuelo de Barceló llegó a Barracas al Sur (actual Avellaneda) montando un parejero y con una lanza que le había regalado Urquiza en la diestra.
Por lo menos seis hermanos de Alberto Barceló tuvieron cargos en Avellaneda. Dos de ellos, Domingo y Emilio, ocuparon también la intendencia, y otros fueron jueces de paz, diputados provinciales, comisarios. Ya a comienzos de siglo, el nombre de Alberto Barceló pesaba en la política, bajo el influjo de Adolfo Alsina y de Carlos Pellegrini.
Barceló fue diputado y senador provincial, senador nacional y candidato a gobernador para las elecciones de 1940, anuladas por la intervención decretada por el presidente Roberto Ortiz. Fundó su propio partido, el Provincialista (1923). Tras el golpe de Estado de 1930, se integró en una confederación conservadora: el Partido Demócrata Nacional.

Entre 1909 y 1917 fue intendente de Avellaneda, y volvió a serlo en 1924, 1927 y 1932, hasta que en los años 40 su estrella se fue apagando. Si bien para Helvio I. Botana, ahijado de Barceló e hijo de Natalio, el fundador de Crítica, "la generosidad (de Barceló), no restringida por la política, se derramaba en sus opositores", éstos no le ahorraron improperios.

El poder de Alberto Barceló se basó en el progreso indiscriminado y caótico de Avellaneda, en la creación de empleos, lícitos o ilícitos, y en el favor como contraprestación política, así como en la aniquilación drástica de los rivales.


Su mano derecha fue Juan Nicolás Ruggiero (Guastavino en la novela de Guido).
Hijo de un carpintero napolitano, a los 14 años ya pegaba carteles para el comité conservador de don Alberto. Luego pasaba por la Intendencia de Avellaneda a buscar la comida que los conservadores repartían a los pobres. Ruggierito ganó fama cuando sostuvo un tiroteo con bandas rivales en la vereda de un burdel regenteado por don Enrique Barceló (llamado Enrique el Manco), hermano del caudillo, del que Ruggierito era custodio.

Ruggierito se hizo un nombre como pistolero audaz y fiel a la causa. Su cuartel general estaba en el comité de la avenida Pavón 252. Por las dudas, mantenía siempre algún negocio legal como tapadera; por ejemplo, la concesión de líneas de colectivos en Avellaneda.
El prontuario de Ruggierito incluía antecedentes por robo, juegos prohibidos, abuso de armas, lesiones y homicidio, por lo menos. En la época hubo otro matón célebre, Julio Valea (el Gallego Julio) que trabajaba para los radicales, y cuyo asesinato por un tirador emboscado en el hipódromo de Palermo algunos adjudicaron a Ruggierito El Gallego Julio estaba en el paddock mirando a su caballo Invernal, que disputaba la última carrera, cuando lo alcanzó la bala.

Nunca se supo quién mató a Ruggierito. Se sospechó de Barceló como instigador, pues en un acto político en el barrio La Mosca se habían escuchado gritos de "Barceló, no; Ruggierito, sí". Al anunciar el crimen, Crítica calificó a la víctima como "asesino" y el diario vespertino rival, Noticias Gráficas, como "dirigente conservador".
Guido se refiere en su novela a la muerte de este cuando escribe:

“Braceritas decretó duelo provincial. Lo velaron en el comité central, en la “secretaría”, como la llamaba Guastavino. Vinieron de Buenos Aires todos los hombres más importantes del Partido. Braceritas ordenó cubrir su cadáver con la bandera argentina; así lo enterraron.” Conservadores y radicales vivieron peleados, pero a veces se mezclaron. Hipólito Yrigoyen, a quien Barceló combatió y odió, solía incursionar en Avellaneda, e incluso vivió allí, en la esquina de Beruti y Belgrano.

En 1921, el puntero radical Ángel Bálsamo, que actuaba en Villa Pobladora, fue asesinado a balazos y puñaladas. La prensa acusó del hecho a los partidarios del entonces candidato conservador a la gobernación, Rodolfo Moreno (h.). Los autores materiales e intelectuales del crimen nunca fueron conocidos.

El diario El Pueblo, ya en 1911, al hablar del auge de la delincuencia en la ciudad fomentado por el poder de los Barceló, decía que las "hordas de Atila o Alarico habían entrado en Avellaneda".

A esta mala vida se sumaban la creación, en 1932, del Partido Fascista Argentino, cuya sede estaba precisamente en Avellaneda, y las andanzas de los grupos paramilitares promovidos por la Legión Cívica Argentina, que salían a castigar judíos. Sobre las hazañas de algunos policías escribió Guido, cuando el comisario Antonio Requena aprieta a un político rival, que grita a sus verdugos "¡Redobloneros, matones, sirvientes de ese hijo de p… de Braceras" .

El gobierno municipal de Barceló fue calificado como duro, implacable, paternalista, mechado de violencia, fraude y corrupción, pero a su vez durante su gestión abundaron las obras públicas, se hizo el primer censo municipal y se inauguró el Hospital Fiorito, construido en parte con la donación de 625.000 pesos hecha por los hermanos Fiorito, rematadores de la zona que lotearon tierras y las vendieron a plazos a muchos obreros y empleados.

Las chimeneas de las fábricas, el Riachuelo, los pajonales de la Isla Maciel fueron inmortalizados en los cuadros de artistas como Fortunato Lacámera. Avellaneda era la ciudad de la industria. Junto con los frigoríficos La Blanca, inaugurado en 1902, o Wilson, en 1914, prosperaban prostíbulos y casas de juego, a los que la policía otorgaba protección.
Según la ordenanza de 1909, los burdeles debían establecerse en ambas aceras de la calle Saavedra, entre las de Lavalle y Montes de Oca, tener las ventanas y celosías siempre cerradas, aunque "las piezas debían estar convenientemente ventiladas, tener una altura de 3,50 metros y una capacidad de aire de 30 metros cúbicos".

En la Isla Maciel (donde nació Ruggierito, en 1895) funcionaba el célebre lupanar El Farol Colorado, con pupilas francesas y polacas, importadas por la organización de trata de blancas Zwi Migdal, la misma que tenía desde 1911 un camposanto propio que el pueblo llamaba el Cementerio Rufián.

Carlos Gardel frecuentaba los comités conservadores de los años 20 y 30, y solía cantar en fiestas y actos preelectorales. Hay fotos en las que aparece Gardel junto a Barceló y Ruggierito. Simon Collier, en su biografía del cantante, admite que el intendente de Avellaneda pudo haberle conseguido a Gardel documentos de identidad que le permitieron a éste librarse del servicio militar en Francia, donde era requerido por haber nacido en Toulouse.
También según Collier, el jefe de la policía de la provincia de Buenos Aires Cristino Benavídez quizás ayudó a Carlitos, pues se conocían de ciertas noches bravas en el cabaret Armenonville, al cual también se hace referencia en la novela de Guido .
En 1930, Gardel había grabado el tango Viva la patria, de exaltada adhesión al golpe de Estado de 1930.

Desde 1918 regía la ley Sáenz Peña, que establecía el voto secreto y obligatorio, pero las elecciones eran una parodia de democracia. Estos eran algunos de los métodos usados para adulterar los comicios: urnas de doble fondo, recuento tramposo de los votos, intimidación a los votantes por matones, tráfico con libretas de enrolamiento de ciudadanos muertos (un político valía por la cantidad de libretas que consiguiera, y se dice que el puntero conservador Cayetano Ganghi le llevó un día a Carlos Pellegrini, en carretilla, doscientas libretas, para conseguir su aprobación).

La oposición a los conservadores bautizó el sistema -que a veces también usó- como fraude oligárquico. Los conservadores dieron vuelta el término: lo llamaron fraude patriótico, y muchas veces lo justificaron sin pudor.

Manuel Fresco (1888-1971) fue un político unido a Barceló, lo mismo que el presidente (general e ingeniero) Agustín P. Justo. Fresco, médico de profesión, fue concejal en Avellaneda y Morón, gobernó la provincia de Buenos Aires entre 1936 y 1940 y realizó obras públicas como la ruta 2, el casino de Mar del Plata, la cárcel de Olmos y muchos kilómetros de caminos.
Su sucesor debía ser justamente Barceló, pero Ortiz intervino la provincia y anuló las elecciones.

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